Cada vez que haces algo desde “me sabe mal”, “claro, es que me necesitan”, “pobrecito/a, si yo no le ayudó, nadie le ayudara”, estás alejándote de la sabiduría, y no le das la oportunidad al otro para crecer.
Piensas que el otro necesita de tu ayuda, te conviertes en su salvador, y creas un lazo de dependencia. El otro se invalida, exige, suplica o reprocha, y tú te sobrecargas, agotas y cansas, pero a la vez obtienes un beneficio, te sientes grande e imprescindible.
El buenismo también es mirar con condescendencia y querer sentirse “mejor” que el otro, sin mancha, pulcro, “perfecto”.
Las personas completas somos imperfectas, a veces “justas”, otras veces “injustas”. Somos humanas, con zonas o características que nos gustan más que otras, pero reales. Estamos llenos de contrastes, y aceptamos que no somos ideales, simplemente personas humanas en continua evolución y crecimiento.
El buenismo es querer ser perfecto, estar por encima de los otros, ser mejor, un ideal de nosotros mismos que nos aplasta y nos deja sin respiración.
Tú decides si quieres ser perfecto/a, o feliz.